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HISTORIA lunes, 16 de enero de 2012

Phil Anderson, un australiano pionero

Con la disputa del Tour Down Under (del 17 al 22 de enero) se inaugura el calendario World Tour 2012. Este año los aficionados australianos están de enhorabuena porque, además de recibir de nuevo en sus carreteras a grandes figuras del ciclismo internacional, pueden animar a 19 corredores locales pertenecientes a conjuntos de primera categoría.

El estreno del GreenEDGE

La nota más destacada de esta edición es sin duda la presencia de los siete integrantes del nuevo y superpotente equipo profesional australiano GreenEDGE, que se presenta con McEwen, Goss, O’Grady y Gerrans a la cabeza. La nómina de corredores australianos de relumbrón inscritos en el TDU se condimenta con nombres como Renshaw, Rogers, Haussler y Hayman y cuenta además con figuras en ciernes como Haas o Durbridge.

Presente y futuro del ciclismo australiano se dan pues cita estos días en las cálidas carreteras de la descomunal isla de Oceanía para deleite de sus compatriotas, que de todos modos no olvidan que su campeón del Mundo y del Tour de Francia, Cadel Evans, y en menor medida el completísimo Richie Porte, querrán ofrecer al país nuevas actuaciones relevantes más avanzada la temporada.

Skippy puso la primera piedra

Pero, ¿qué hay del pasado? La presencia de corredores aussies en el pelotón internacional no ha sido siempre tan relevante como en la actualidad. En el despegue del ciclismo moderno, durante los años 80, la incorporación de corredores del país de los canguros a los grandes equipos europeos se llevaba a cabo con cuentagotas. Británico de nacimiento y australiano de adopción, Phil Anderson (Hendon, Londres, 12/03/58) fue el primer corredor que inscribió el nombre de Australia en el palmarés de las grandes pruebas. Él y Alan Peiper inicialmente, y luego los viejos conocidos de la afición española Neil Stephens y Stephen Hodge, colocaron una semilla que hoy está dando sus frutos de manera incontestable.

Más de 70 victorias como profesional

Skippy, como se le conocía cariñosamente en el ambiente ciclista, fue un prodigio como deportista, una rara avis que desde su desembarco en el ciclismo europeo en aficionados destacó por una actitud atacante que le otorgó un número impresionante de victorias (más de setenta) a lo largo de 15 años de carrera profesional. Fue un corredor completo, capaz de brillar en clásicas de la Copa del Mundo y en etapas de montaña o contrarreloj de las grandes vueltas, y ya en sus primeros años de profesional fue considerado como un candidato a vencer en el Tour de Francia. Ningún otro compatriota suyo había despertado antes tantas expectativas.

Liderato en el Tour, pique con Hinault

Tras varias actuaciones destacadas en el campo amateur y un primer año profesional más que aceptable, el “bombazo” del australiano llegó en su segundo año, 1981. En el inicio de la temporada brilló en París-Niza (una etapa) y Dauphiné (dos días líder) y su equipo lo alineó en la formación del Tour, en principio para apoyar a su jefe de filas Jean-René Bernaudeau en su lucha contra el favorito Bernard Hinault. El pequeño tejón se había exhibido en los Tour de los años 78 y 79 pero en del 80 había tenido que abandonar. En el 81 llegaba con más hambre que nunca de victorias y a las primeras de cambio se vio con posibilidades de sentenciar.

Se corría la quinta etapa, una jornada montañosa, e Hinault no quiso demorar más su intento por conseguir el liderato. En un terreno ascendente, rodaba por delante en un reducido grupo en el que también aguantaba un joven llamado Anderson. Lucien Van Impe, a la postre segundo de la general, anduvo escapado por delante del grupito con ventaja suficiente como para acabar ganando la etapa. El joven Phil, un novato sin experiencia en la ronda gala, aguantaba pedalada tras pedalada el ritmo de Hinault en la dura ascensión.

Al “enemigo”, ni agua

A poco de meta, en un alarde de “generosidad” Anderson ofreció su bidón al campeón francés, que se tomó el detalle como una insolencia y se lo apartó de un manotazo. Eso no amilanó al australiano, de 23 años, que consiguió aguantar al bretón hasta la llegada. Anderson no ganó finalmente la etapa, pero se enfundó el maillot amarillo para sorpresa y decepción de Hinault. Anderson se convertía de este modo en el primer ciclista no europeo en vestir de líder en el Tour. Acababa de escribir sin saberlo la primera página de una leyenda.

Su gesta lógicamente atrajo el interés de la prensa y de los aficionados. Incluso el de Hinault, sorprendido por sus prestaciones, que lo veía no como un rival directo para esa edición de la carrera (acertó plenamente), pero sí como un claro enemigo en las ediciones posteriores. En el tramo final no pudo mantenerse a tal nivel de exigencia y acabó en un, a pesar de todo, muy meritorio 10º puesto. Bernaudeau, su jefe de filas, acabó en 5ª posición, pero al año siguiente cedería el protagonismo definitivamente al joven Phil.

Hinault le maldice otra vez

El aussie se las tendría una vez más con Hinault en la ronda gala, aunque en aquel segundo enfrentamiento sería muy a su pesar. Corría la edición de 1985. En la etapa con llegada a Saint Etienne, a 200 metros de la conclusión y con el grupo totalmente lanzado, hubo una caída en la que se vieron involucrados Hinault, Anderson y Bauer, al parecer originada por un movimiento brusco de este último.

Pero Hinault, afectado notablemente en su rostro, no lo vio así y en un primer momento culpó airadamente al australiano de su desgracia ante la presencia de periodistas y aficionados, quizás con el amargo recuerdo de aquel bidón aún latiendo en su mente. Por suerte para Anderson, el percance no eliminó al francés de la carrera a pesar de la fractura nasal que se le diagnosticó tras cruzar la línea de meta. De hecho, Hinault ganó días más tarde su quinto Tour. Las aguas volvieron a su cauce.

Un palmarés impresionante

Al margen de sus roces con el entonces número uno mundial, Anderson logró imponer su clase a las anécdotas y se mantuvo como Top 10 del Tour entre 1981 y 1985. Además, llevó once días el maillot amarillo, y consiguió vencer en dos etapas parciales de la carrera gala: la primera en la edición de 1982 (donde también fue considerado Mejor joven) y la segunda en 1991, en la última etapa de su carrera. Pero no sólo brilló en el Tour, también lo hizo en carreras de indiscutible prestigio, como el Giro de Italia (dos etapas, en el 89 y el 90) y en la clasificación general de varias vueltas por etapas de primer orden, como Vuelta a Suiza, Dauphiné Libéré y Vuelta a Romandía.

En un segundo escalón se llevó vueltas como Semana Catalana y Tour del Mediterráneo, y en un tercer peldaño habría que situar triunfos en la general de Vuelta a Dinamarca, Semana Siciliana, Vuelta a Irlanda, Vuelta a Suecia y Vuelta a Gran Bretaña.

Las clásicas también fueron su campo de actuación natural, si bien no consiguió tantos triunfos como puestos destacados. Entre otras carreras de un día, se llevó a casa el trofeo de la Amstel Gold Race, el Campeonato de Zurich, el GP Herelbeke, el GP de Frankfurt, la París-Tours y la Milán-Turín. En los Mundiales nunca consiguió una medalla pero hizo varias actuaciones destacadas. Su mejor clasificación fue un 9º puesto en 1983. Y también consiguió ser el número uno de la clasificación de la UCI. Todo ello, a pesar de los problemas físicos que arrastró en su espalda en varios momentos de su carrera.

Cuatro equipos y muchos compañeros ilustres

A pesar de su manifiesta longevidad deportiva, Anderson tan sólo defendió cuatro maillots a lo largo de su carrera: estuvo en Peugeot sus cuatro primeras campañas (1980-1983), las de la eclosión en el Tour. Allí coincidió con líderes como Kuiper y Bernaudeau y otros hombres de categoría: Gilbert Duclos-Lassalle, Pascal Simon, Robert Millar, Stephen Roche, Dominique Garde, el británico Sean Yates (con quien se reencontraría años más tarde en su etapa americana) o su compatriota Allan Peiper.

Los cuatro años posteriores (1984-1987) los pasó en el Panasonic. Fueron unos años –especialmente los dos primeros- con un extraordinario balance de victorias, tanto por calidad como por cantidad. Y no fue fácil conseguirlas, ya que en el equipo holandés compartió escuadra con los Vanderaerden, Planckaert, Freuler, Van Poppel, Theunisse, Rooks, Van Lancker y, de nuevo, Millar.

Después de esta etapa, el ya maduro Skippy volvió a cambiar de aires pero no de país de acogida, ya que fichó por el TVM, el cuarto conjunto holandés tras Panasonic, PDM y Superconfex. Allí estuvo tres temporadas (1988-1990), en las que precisamente le faltó competencia. Entre sus compañeros se hallaban Jorg Müller y los entonces jóvenes valores Johan Capiot y Jesper Skibby, además de su compatriota Scott Sunderland. En su primer año tuvo que tragarse la decepción de no correr el Tour, pero en los dos siguientes conquistó sendas etapas en el Giro, además de volver a Francia, y brilló de manera muy regular en las clásicas de la Copa del Mundo.

En la recta final de su carrera (1991-1994) fichó por el Motorola estadounidense, estructura heredera del 7Eleven. A pesar de que contaba con un líder sólido para aspirar al podium del Tour, en el 91 Anderson logró aprovechar bien sus bazas y conseguir un buen número de victorias. En su papel de escudero de Andrew Hampsten chocó con la presencia del todopoderoso Indurain y su Banesto, que imponía una legendaria hegemonía en el Tour. Pero aún así el equipo lograba buenos puestos en la carrera francesa.

Junto a Anderson formaron en aquellos años previos a la retirada Hampsten, Bauer, Zimmerman, Yates, Sciandri, Mejía, Alcalá, Fraser, Axel Merckx, Hincapie y nada menos que un joven tejano llamado Lance Armstrong.

Vacaciones sobre ruedas

Tras colgar la bicicleta, Phil Anderson siguió relacionado con el mundo de las dos ruedas, pero no tan inmerso en el pelotón profesional como sí lo hacen otros compatriotas suyos (su excompañero Peiper, por ejemplo, ejerce de director deportivo del Garmin). En la actualidad, Anderson regenta una empresa (http://www.philandersoncyclingtours.com) que organiza salidas vacacionales para gozar de la bicicleta mientras se visitan las principales carreras del calendario europeo: el Tour, la Vuelta, el Giro y las clásicas de primavera son sus destinos. Y desde su residencia en Victoria contempla satisfecho cómo la semilla que plantó de manera inconsciente hace ya 31 años en el ciclismo de primer nivel ahora no para de dar frutos.

Por Raúl Lozano Sánchez
http://ciclismoareles.wordpress.com

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